La llegada al centro es algo de por sí pintoresco; La subida al bus en el Poblado no es problema, pero ya llegando al Parque Berrio el calor se manifiesta en la postura de la gente, como si el Centro estuviera más cerca del mar que el resto de la ciudad. El bus frena bruscamente para que se puedan bajar todos con destino Parque Botero, porque el bus no para en el Parque Berrio, “Si le sirve la dejo en el Hotel Nutibara mami” me dice el conductor mientras yo entre malabares y tropiezos trato de hacerle entender que mejor me bajo ahí antes de morir aplastada por una estampida involuntaria de personas zarandeadas por las olas del bus.
Camino detrás de una joven robusta, a quien sus kilos de más no le impidieron escoger unos leggings de color verde limón demasiado ajustados, revelando no solo el contorno de sus carnudas piernas, sino también la celulitis que la invade y el temblor que recorre de arriba abajo sus muslos con cada fuerte paso que da.
Cruzar la calle no es tarea fácil. Entre el rugido de los buses que avanzan como a matar y la corta duración del semáforo, logro por fin llegar a la Plaza Botero. Es una explanada gigante, llena de estatuas de “gordos de Botero” no muy diferentes a la mujer que me precedía en la calle hacía unos instantes. La plaza es grande y yo pequeña, me tomará tiempo llegar hasta el otro lado, pero no tengo prisa, es un día soleado, como hace tiempo no había y el ambiente de medio día es contagioso desde el borde de la plaza.

Salgo de la sombra del viejo gótico y me dirijo hacia la primero estatua, una gorda, mejor vestida pienso yo que la joven troza que vi cruzando la calle hace un tiempo. Está acompañada de un gordo distinguido, de sombrero y vestido elegante, hacen una pareja perfecta, perfectamente gorda. Empiezo a sentirme bastante cómoda, quisiera sentarme a mirar el cielo, como lo hacen en este momento los fotógrafos tradicionales de la plaza.
Es justo la hora después del almuerzo; barriga llena, corazón contento. Continúo hacia el museo, mi objetivo es visitar toda la ciudadela Botero, pero algo me dice que nada que pueda tener es más hermoso que este lugar.
Llego donde las estatuas que se miran, Adán y Eva supongo que son pues están desnudos, mirándose las vergüenzas sin vergüenza. “Tóquelo, da buena suerte” Me indica un vendedor de tintos que pasa por ahí. El anciano de arrugas y canas, que en cualquier otra sociedad inspirarían respeto, tras ver mi rostro de confusión me explica el mito urbano que tiene a la pareja de obesos desteñidos en sus intimidades. “Las mujeres tienen que tocarle el miembro al gordo, y los hombres, los senos a la gorda, da buena suerte en el amor” Me explica con una sonrisa pícara, de la cual no deduzco bien su significado, pues le faltan algunos dientes.
El viejo se queda esperando como cual chamán guiando a un pequeño a través de su ritual hacia la hombría. No soy capaz de asumir el descaro de las estatuas, ahí paradas sin pudor ni reparos, le sonrío al viejo y niego levemente. El viejo se ríe de mí y sigue su camino.
El ambiente es empalagoso, no solo por el calor, sino por la sensación de relajación y tranquilidad que emana la plaza que es contagiosa. Me recuerda a un capítulo de uno de los libros de C.S. Lewis de la serie LAS CRÓNICAS DE NARNIA, “El sobrino del mago” en que dos niños entran a un limbo donde poco a poco se van adormilando, pues sienten que nada malo puede pasar en el mundo. Así me hace sentir la Plaza Botero justo a esta hora del día.
No logro entender por qué tanta gente ama el centro, el ruidoso, es sucio, es viejo; pero entiendo ciento por ciento cuando alguien dice que ama la Plaza Botero. No importa cuántas veces haya ido, a cuantas docenas de turistas he llevado a que conozcan la plaza, siempre es como si la viera por primera vez. Cada visita me deja igualmente anonadada, me revela algún secreto que no conocía o me reafirma que “soy de la rosca de paisas” que viven con estas majestuosas estatuas al lado.
La gorda desnuda que se mira al espejo parece picarme el ojo. Sin darme cuenta estoy parada frente a ella y la miro, la analizo. Tiene la nalga desteñida, supongo que algún mito parecido, pero no me interesa conocer más agüeros que impliquen manosear públicamente a la gorda, sería un grandioso irrespeto. Veo a la gorda muy entretenida en el espejo así que trato de ver qué está mirando, obviamente no veo nada, únicamente el rayo del sol que refleja en mis ojos, pero sospecho que quiere saber si el gordo caballero montado en su fino corcel la está mirando.
Ahí en medio de mi estupor por el ambiente ante la visión magnífica de la gorda más vanidosa y más bella de todos los tiempos me doy cuenta de que ella es lo que son todas las mujeres de esta ciudad Botero, sin importar si son gordas, flacas, feas, bonitas, prostitutas o vendedoras, todas son hermosas, todas son vanidosas y todas quieren saber si algún caballero paisa luchará por conquistar su feminidad.
Llego al gran edificio del Museo de Antioquia. Por fuera parece un palacio lo cual es lo que le da el toque final a este cuento de hadas. Brinda sombra y un respiro del duro sol, pero no es crudo y violento como el Palacio de la Cultura. Es suave, invita a entrar, atrapa al distraído a entrar en sus interminables salas llenas de historia, cultura, imaginación; lo que llamamos comúnmente arte.
La ciudad Botero es un pequeño reino feudal. Tiene una hermosa iglesia a donde acuden los feligreses más devotos y afuera de la cual se reúnen las prostitutas más populares de la ciudad. Tiene tienditas por todas partes. El panadero, el de los pollos fritos, el zapatero, el ferretero y muchos más traen a la mente los campesinos de antaño, el herrero, el pastelero, el talabartero; reunidos todos alrededor del palacio del rey, pidiendo a Dios que mande personas para el negocito. Hay hoteles humildes y sencillos donde los viajeros cansados pueden descansar y dejarse invadir por la magia de este pueblo del Medioevo moderno.
Tiene un gran palacio gótico, representante del villano de toda historia medieval, queriendo robarle atención y elogios al rey bondadoso, quien vive en el Museo de Antioquia. Este palacio benévolo está antecedido por una gran plaza con monumentos grandes y gordos a propósito, para que nadie corra el peligro de pasar por alto la belleza, la gallardía, la vanidad, “la sinverguenzería” y lo gordos que son el espíritu los habitantes de la Ciudad Botero.
CATICA: QUE MARAVILLOSA MAGIA LA QUE TIENEN TUS PALABRAS. ME TRASPORTASTE DE MI CASA A TU EXPERIENCIA... BELLO, MUY BELLO!
ResponderEliminarUN ABRAZO.