
Carabobo no duerme, a esa hora todas las tiendas de ropa, bisutería, calzado, juguetes y demás están peleándose los clientes. Todo el que visite el centro a esa hora un sábado, es porque están buscando chucherías. Tratan de disimular, poniendo caras de estar haciendo una diligencia importante, pero todos saben que pararán en alguna tienda a comprar un botón, un perfume pirata, unos cuantos metros de tela, un blue jean, las gafas de moda, una muñeca, un cuaderno, porcelanas baratas o tal vez un celular último modelo.
Nada es nuevo para Carabobo, que de bobo no tiene nada; ha sabido comportarse audazmente y ha logrado construir un imperio de consumo adictivo que lo mantiene vivo gracias al sinnúmero de vendedores ambulantes que como Don Freddy se ganan la vida vendiendo a precios inigualables. El tinto, los jugos, los bolis o el bon ice son la punta del iceberg de ventas misceláneas que ofrece Carabobo.
Cordones de colores, medias con animalitos, cinturones de todos los colores, plantillas para los zapatos, carritos de plástico, gorros con diamantes, peluches, relojes, películas piratas, lápices y hasta vasos plásticos son objetos de la “canasta familiar Carabobo”. Todo por cómodas sumas, con promociones de 2x1 ó créditos sin cuota inicial.
Don Freddy levanta la cabeza, se acomoda el sombrero y le echa un vistazo a su carrito. Todo está en orden, perfecto. Pasa una señora de edad que vende chicles. Lo saluda desde lejos y don Freddy responde con una carcajada mientras asienta con la cabeza. Parece que comparten un secreto del que nadie más que los vendedores ambulantes son partícipes. Ella se sienta a su lado y conversan largo y tendido.
Lo niños también hacen parte de la cotidianidad de Carabobo. Algunos pasan con 20 chicles en la mano. Vendiéndolos a 100, cumpliendo con su cuota de 20 cajas diarias. Otros parecen parte de la decoración permanente del lugar pues el gris de las calles ya los manchó. Sus jóvenes articulaciones parecen pegadas con arena sucia y su pelo enredado refleja la sociedad del centro, complicada.
Carabobo solo es una vena que lleva al corazón del centro; la Plaza Botero. Ese gran monumento al arte protegido por el Museo de Antioquia. Aquí se concentra la esencia de lo que es el arte de vivir en Medellín. Estar alerta, ser sagaz, trabajador, sencillo, amable y por sobre todo orgulloso de ser quien se es, PAISA.
La realidad de Carabobo es sobrecogedora. Flanqueada a ambos lados por edificios llenos de almacenes, este amplio pasaje es el camino de la vida para personas como don Freddy, que con sus tintos se rebusca el sostenimiento para él y para su familia. Carabobo es su casa, su trabajo, su club social y su supermercado.
Carabobo y don Freddy tienen un trato. El primero ha potencializado su capacidad de atrapar a personas de todo tipo en su red de consumo sin salida para que don Freddy pueda vender sus tintos cuando no hace tanto sol; éste a su vez, mantiene despierta a la gente con su café, alerta para percibir el encanto de Carabobo y tenerlos volviendo por más.
*Nombre ficticio del personaje
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