En una de las montañas más empinadas de Medellín queda el barrio El Pacífico. Este barrio, a su vez, es uno de los más pobres de todo el municipio. Ahí viven cientos de niños con sus familias, la mayoría disfuncionales; madres solteras de tan solo 13 ó 14 años, padres violentos o totalmente ausentes y niños que corren salvajes por las peligrosas laderas de la montaña. En uno de los puntos más altos, donde la montaña toca el cielo, queda el Club Integral El Arca. Este Club fue fundado por la familia Echavarría hace unos cuantos años, cuando se dieron cuenta de que los niños de este barrio no tenían esperanzas de salir del ciclo vicioso que se vivía en su pequeña sociedad. Ellos, respaldados por Dios y una iglesia cristiana llamada Emanuel, emprendieron la aventura de hacer realidad este sueño.
Empezaron a reunir a los niños en el segundo piso del edificio de billares del barrio, pero pronto se dieron cuenta de que era contraproducente. Tener un lugar propio parecía imposible, tanto por las limitaciones económicas, como por la dificultad de subir materiales y equipos de construcción hasta por allá.
Subir al barrio El Pacífico es en sí, una aventura. Cuando uno se sube a la ruta Los Tubos-Tres Equinas, a una cuadra del teatro Pablo Tobón en el centro, jamás se le pasa por la imaginación lo que aquel conductor tosco puede lograr. Después de dar varias vueltas por el centro, empieza a subir. Hasta ahí todo es normal, pero después de 10 minutos la loma se torna más empinada. Cuando ya parece imposible que aquél bus tan pesado pueda subir más, voltea una curva y al lado de unas escaleras para los humanos, se erige la calle más empinada y angosta que haya visto en toda la ciudad de Medellín, dispuesta para los carros. El conductor despliega aquí todas sus habilidades de rally y comienza la forzosa subida al paradero del bus.
Al llegar a la cima, uno se da cuenta cuán ingeniosos son los paisas en realidad, porque haber construidos casitas, así sean de madera y zinc, (las más afortunadas tienen ladrillos) en una loma casi vertical es una milagrosa hazaña.
Después de esa espeluznante llegada a la cima, se ve de lejos que el edificio del Club es el más moderno y bonito, a pesar de ser sencillo. Entrar es como entrar en un oasis de frescura y calma. Dicen que el Océano Pacífico es el más bravo del planeta, pues el Club El Arca es en realidad un arca de paz y tranquilidad en El Pacífico.
Esta arca en medio del Pacífico fue posible gracias a unos niños que viven al otro lado del Atlántico. Son los niños que asisten a la escuela dominical de una iglesia presbiteriana en Escocia llamada Iglesia Libre de Escocia. Ellos se enteraron de que algunos niños en Colombia no tenían donde jugar sanamente, así que unieron fuerzas y todos los niños de la denominación, en varias ciudades y pueblos de Gran Bretaña ahorraron durante un año y lograron recoger 8 mil libras, que donaron alegremente hacia la construcción del Club.
Los niños a este lado del océano esperan ansiosamente que les abran las rejas del Club para entrar a jugar. Adentro, las profesoras corren de aquí para allá limpiando, barriendo, y organizando todo para que los niños jueguen y aprendan. En el momento que entran, todo el ambiente se transforma. Hay niños jugando, corriendo, gritando, cantando y bailando. Poco a poco las profesoras los van calmando y cada niño, al ver la conocida señal de silencio, se para en algún lugar del salón atento a lo que dice la profesora.
Después de una sesión bastante retadora de bailes y música, las profesoras piden nuevamente silencio y las jovencitas de 8 años para arriba deben salir a un taller especial con las profesoras Olga y Olga.
La profesora Olga Restrepo es educadora y la otra profesora, Olga Amado, es psicóloga. Ellas trabajan con Vínculo, una fundación que se encarga del cuidado de la familia. Esta fundación vio la necesidad de tocar algunos temas que estaban causando mucho daño a los niños y sus familias. Fue así como estas dos “profesoras”, como les dicen los niños, junto a Cesar, psicólogo, y Patricia, terapeuta de familia, empezaron a indagar qué era lo que hacía que en este barrio hubiera mamás de 10 años de edad, madres solteras, niños abandonados y altos índices de aborto entre menores.
Llegaron al escalofriante descubrimiento de que la violación es uno de los mayores riesgos que corren las niñas del barrio. Los hombres miran con morbo a una pequeña de 8 años, y ésta a su vez, sabe muy bien cómo funciona el sexo y para qué sirve. Muchas, a la edad de 12 años ya han sido violadas, generalmente por un pariente cercano.
Frente a este gran reto, este grupo de profesionales diseñó un taller para enseñar la prevención del abuso sexual, pero el taller va mucho más allá de eso; el objetivo que tienen es que los niños y niñas aprendan que hay más en la vida que ser mamá a los 11 y que sí es posible tener familias sanas, hombres que cuidan a su familia y mujeres que se hacen respetar. Escuchar expresiones como, “…abortó y al bebé y lo picaron en pedacitos” de la boca de una niña de 10 años, al tiempo que sus amiguitas reventaban de la risa es como recibir un baldado de agua fría.
La preocupación en las caras de las profesoras Olga y Olga era evidente. Quieren enseñarles a este grupo de jovencitas que el mundo es más grande que el empinado barrio de El Pacífico y que ellas tienen derecho a explorarlo sanamente.
Tienen como consuelo que no son las únicas niñas que han recibido el taller. Ya habían enseñado a un primero grupo, hicieron reuniones con los padres, (en realidad madres porque los padres, mayormente responsables por las violaciones, no acudieron a los talleres) y han enfatizado mucho en la comunidad el cambio que se necesita para proteger a los niños.
El resultado de todo esto es que ya hay un grupo de niñas que están marcando la diferencia en su montañoso barrio, se están haciendo respetar y demostrando que tienen derecho a vivir una infancia sana y libre.
Bajar del barrio es aún más despelucante que la subida. El conductor, tras haber comprobado ampliamente su destreza durante la subida, demuestra en la bajada, extrema valentía o extrema estupidez, todavía no sé cuál de las dos es, aunque me inclino más por la estupidez. Pareciera que el bus y todos sus ocupantes descendieran al valle en caída libre. A pesar de todos mis múltiples pre-infartos logré llegar sana y salva nuevamente al teatro Pablo Tobón, donde, a diferencia de El Pacífico, la crueldad, la violencia y la tristeza son actuadas, fingidas.
El Arca ha sido un verdadero salvavidas para estos niños, que flotaban como náufragos en un Pacífico inmisericorde. La felicidad en sus caras es arrolladora, aún más que los buses que suben encunetados por las angostas laderas de esta montaña.